Fuenlabrada, 27 de marzo de 2011. La tranquilidad y la reflexión siempre han sido símbolos asociados a la cultura nipona. La actitud mostrada por la sociedad japonesa ante, en primer lugar, un terremoto de escala 8.9; en segundo lugar, un seísmo que arrasó con todo lo que se puso en su camino; y, en tercer lugar, la fuga en la central nuclear de Fukushima, todo en algo menos de 3 semanas, son un ejemplo de saber estar ante situaciones límite. El problema viene cuando aquellos que ven los toros desde la barrera son los que agitan y sobresaltan a la sociedad.
Las imágenes cedidas por la televisión muestran una sociedad pasiva ante lo que en occidente se pinta como catástrofe. Un pueblo en el que los restaurantes, los centros comerciales, los aeropuertos, las estaciones de autobuses u otros servicios públicos siguen su rutina y, así, presentan en los medios locales una ausencia de griteríos e histeria que, por desgracia, no están acompañados por los que viven la situación desde el salón de su casa.
De aquí el interrogante de qué hubiera pasado si lo ocurrido en el país del sol naciente se da en occidente. El gen del continente más antiguo de la historia universal se presta en ocasiones alterado e intranquilo. Las declaraciones del comisario europeo de Energía, Günter Oettinger, en las que afirmaba que el término Apocalipsis era la palabra adecuada para lo que estaba sucediendo en Japón, son un ejemplo de ello y contrasta con el de aquellos que miran y aceptan la calma triste de la vida, en japonés mono no aware.
Borja Ordóñez de la Llave.
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