Fuenlabrada, 5 de marzo de 2011. Todos quieren lo mismo, pero nadie hace nada por cambiarlo y, así, acabar con una situación que se esta convirtiendo en debacle. Los momentos que se viven en Oriente Medio están adquiriendo un matiz desastroso. Lo que empezó como una simple revuelta popular, ya ha arrastrado a centenares de muertos y ha acabado con 2 regímenes políticos: Túnez, en primer lugar, y Egipto, en segundo lugar, fueron los primeros países de una lista que se va ampliando poco a poco. Libia, Bahrein, Argel o Yemen han sido otros, cuyos poderes se han visto tocados por el descontento social.
Las revueltas populares que ponían fin al régimen de Ben Ali en Túnez hacían que todas las miradas se dirigiesen hacia Egipto. Un faraón empecinado en no dejar su cargo acababa con la paciencia del pueblo egipcio y de las organizaciones internacionales. Fue así, viendo que Mubarak no presentaba ninguna intención de dejar el cargo, cuando las potencias mundiales manifestaron su posicionamiento por primera vez. “La transición en Egipto debe comenzar ahora” afirmaba el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, “solo los egipcios pueden elegir a sus lideres” finalizó en unas declaraciones en las que mostraba el apoyo estadounidense al pueblo egipcio. Pero el problema no venía con Egipto, la “guerra” civil desencadenada en Libia, el número de muertos provocados por las fuerzas pro-Gadafi en manifestaciones en contra del poder político o la posición cerrada del propio Gadafi a no abandonar el cargo han significado un cambio de rumbo en la incursión de las fuerzas internacionales.
Vista la situación, Mohamed Bouazizi, no hubiera imaginado jamás que sus protestas quemándose a lo bonzo provocarían el abanico de sucesos que se están sucediendo. “Es una luz que ilumina nuestra nación y el mundo”, es así como lo define su madre en unas declaraciones al diario británico The Sun. Es, sin duda, la situación que marcará el devenir de los países árabes de aquí en adelante. Este hecho es la viva imagen del malestar que se presenta en la mente de una sociedad que, ya cansada, decide tomar cartas en el asunto. A pesar de resultar extraño, lo que en su día llevó al joven tunecino a quemarse a lo bonzo, es consecuencia de algo que se lleva produciendo desde hace años. Los 23 años de Ben Ali en Túnez, los 30 de Hosni Mubarak en Egipto o los 42 de Muammar el Gadafi en Libia, lo dicen todo. Son poderes instaurados desde hace años, algo impensable en sociedades más asentadas. Bouazizi, un joven estudiante de familia humilde, es, por tanto, el primero que muestra el desacuerdo con las actuaciones del poder; es el primero que dice basta; es el primero que hace algo para acabar con una bola de corrupción política que con los años se iba agrandando.
El desarrollo de los acontecimientos ha tomado un giro de 180 grados con la actuación de las organizaciones internacionales. A pesar de ello, en encuestas realizadas a pie de calle, muchos son los que consideran que esta ayuda ha llegado muy tarde. La pasividad mostrada durante años ha servido de asentamiento para estos poderes que poco a poco han ido socavando el desarrollo popular. El enriquecimiento de los ricos y el empobrecimiento de los pobres ha sido el reflejo de estas formas de gobierno. Ahora es el momento de tomar decisiones y medidas contra aquellos que han violado los principios básicos de los Derechos Humanos. Según la Organización de Derechos Humanos (HRW) los muertos ascienden a cifras propias de conflictos bélicos. La violencia llevada al extremo ha servido en muchos casos de herramienta para la defensa de un poder que todos se negaban a abandonar. “Yo no me voy a ir con esta situación. Moriré como un mártir”, afirmaba el dirigente libio en una entrevista realizada por una cadena del país, “los que se levanten en armas contra el país serán condenados a muerte” respondía desafiante en la misma entrevista.
La imagen mostrada por aquellos que lo tienen todo y se niegan a dejarlo es el reflejo de lo que supone el poder y a los límites que este conduce. Este, reflejado en un dulce que todos quieres y que luchan hasta la saciedad por mantener. Nadie quiere dejarlo en otras manos, todos lo quieren pasa si mismo. Es esto lo que ha provocado la situación que, a día de hoy, tiene un hueco privilegiado en los noticiarios de todo el mundo. Es el poder el que levanta un muro de piedra entre los que lo ostentan y aquellos que mediante sus votos lo ofrecen. Y a fin de cuentas, es el pueblo el que deber marcar la senda de un país, es la voz del pueblo la que se debe abrirse paso entre tanta prepotencia política.